En el episodio anterior de mis aventuras por el desierto de mi propia novela, mi dragón y yo nos encontramos con Senti, un guerrero en busc...

MIS HISTORIAS DEL DESIERTO (4)

En el episodio anterior de mis aventuras por el desierto de mi propia novela, mi dragón y yo nos encontramos con Senti, un guerrero en busca de aventuras. O más bien él tuvo un encontronazo con mi dragón, pero eso fue un simple malentendido (a cualquiera le pasa).

Como sea, Senti se sumó a nuestro recorrido turístico por Huru... y no tardamos en toparnos con los primeros inconvenientes potencialmente letales.

Todo empezó mientras caminábamos por las cálidas arenas del desierto de camino al oasis más próximo. Yo le estaba contando a Senti la historia completa de cómo adopté a mi dragón Donald, y él, a su vez, me estaba contando una leyenda de Huru sobre la primera y única rebelión de los genios de agua (tomé notas para añadirla al segundo volumen de Historias del desierto). Como siempre, era un día despejado y bastante caluroso. Decidimos tomar un descanso. Mi dragón hizo un agujero en la arena con la intención de dormir una siesta, y Senti comenzó a armar una tienda para cobijarnos del sol... cuando de repente vi a Donald parar las orejas. Supe así que algo se avecinaba, a pesar de que no se veía nada por ninguna parte. Entonces descubrí a la figura que se aproximaba corriendo hacia nosotros, apenas distinguible en el entorno. Era... ¡un cazador de cabezas! De inmediato eché mano de mi cimitarra y...

Antes de seguir, debo explicar algo. Hay varias razones por las que mi novela no es apta para menores de 15 años, y los cazadores de cabezas son una de ellas. Quisiera dar una explicación más amplia aquí mismo, pero como éste es un blog más o menos apto para todo público, bueno, tendrán que leer la novela para saberlo.

En fin, siguiendo con la narración, saqué mi cimitarra, que lanzó un brillo deslumbrante bajo el sol. Senti también se puso en guardia y mi dragón levantó la cabeza, pero les hice un gesto a ambos para que no se molestaran.

—No se preocupen, chicos. De este engendro me encargo yo.

El cazador de cabezas estaba más cerca de nosotros. Ahora rugía como un león, al tiempo que enseñaba sus temibles dientes.


Mientras tanto, yo esgrimí mi bien afilada cimitarra...


La verdad, había querido hacer algo así desde que inventé a los cazadores de cabezas para mi novela. Lo divertido de crear villanos perversos es que también puedes darte el lujo de ajusticiarlos, de modo que le permití acercarse más al cazador de cabezas, di un salto, hice silbar el aire con mi cimitarra y...


¡Ja! Creo que ésa no se la esperaba. La cabeza voló por encima de Senti y de Donald, salpicando bastante sangre, y aterrizó en la arena. En ningún momento se le borró la expresión de "¿qué demonios acaba de pasar?", la cual, curiosamente, se parecía mucho a la de mi guerrero acompañante.

—Uh, eso no estuvo nada mal —dijo Senti, todavía con los ojos como platos. Limpié la cimitarra antes de envainarla.

—Gracias. Como dije antes, me preparé bien antes de venir. —Lo cual, en términos literarios, significa inventarse que una no sólo va por ahí cargando una cimitarra, sino que además es capaz de utilizarla como una experta. Y no me miren con esa cara. Este blog es de ficción.

En fin, Senti quedó bastante impresionado, pero como no es mi intención avergonzarlo, para mi próxima aventura lo dejaré enfrentarse a lo que sea que decida que nos haya de caer encima :-D

Estas aventuras continuarán.

G. E.

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